EL PERIODISMO EN CHIAPAS

Este es una bitácora exclusivamente para textos relacionados con la historia del periodismo en Chiapas. Para exhibir los aciertos y desaciertos, dislates, cosas chuscas y otros detalles que reflejen la idiosincrasia del periodismo chiapaneco. Tantas cosas y situaciones que veo y leo que no quiero que se pierdan en el tiempo, quiero documentarlo y compartirlo. Advierto que para nada pretendo congratularme u ofender a persona alguna.

viernes, agosto 11, 2006

1968 - 1998 : EL TIEMPO DE SAN CRISTOBAL

Hermann Bellinghausen

Al amanecer 1994, el Tiempo de San Cristóbal sintonizó al mundo entero en un sólo tiempo. Era un fenómeno al que el otro fenómeno, la sublevación indígena, dio curso y proyección universal. En aquellos días de sorpresa y confusión, de caos y peligros, conforme los testigos se fueron acercando, encontraron un asidero en el Tiempo, que sencillamente abrió sus puertas con una generosidad duradera.

La noticia parecía fuera de proporción y los primeros elementos para comprenderla estaban en el Tiempo. Los primeros faxes al mundo, todavía lejos de la "guerra de Internet" que desvelaría a los gerentes gubernamentales del neoliberalismo, los primeros azoros, los primeros cables, salieron de una sencilla casa en el barrio de San Diego, apenas distinta de las casas que la rodean: el hogar-taller de los Avendaño Villafuerte.

No era un Tiempo nuevo, llevaba 26 años de informar y orientar. Una modesta empresa familiar que había resistido la estrechez económica y los sucesivos embates de la corrupción y el control de los medios en el estado de Chiapas.
Hubo tiempos que la capital del estado tenía más diarios que ninguna capital del país, y quizás del mundo. En tiempos del gobernador Patrocinio González Garrido, decenas de presuntos diarios inexistían a la vista de todos; de la mayoría sólo aparecían unos cuantos ejemplares, para justificar los pagos.

Siempre hubo excepciones, pero ninguna tan dilatada y entrañable como este Tiempo, el de Amado y Conchita, que para colmo sigue existiendo.

Ahora que hasta los últimos rescoldos del 68 mexicano se han apagado y las mejores mentes de aquella generación se perdieron en el presupuesto y la seducción del poder, embaucados o embarcados por el gobierno, también sesentaiochero, de Carlos Salinas y Compañía.
Ahora mismo, vemos en el Tiempo de San Cristóbal que no todas las brasas se extinguieron. Hay por lo menos una que, lejos del centro, provinciana y artesanal, sigue prendida e incluso brilla más que entonces, en el centro de los acontecimientos.

La escuela del Tiempo sigue viva. Educó lectores a ver la verdadera realidad de los indígenas de Chiapas. En su espacio se formaron muchos periodistas chiapanecos, empezando por los propios hijos del matrimonio del Tiempo.
Aunque muchos no lo saben todavía, antes de la Sublevación Zapatista ya existían las luchas de resistencia contra la inverosímil desigualdad a que se somete en Chiapas a los pueblos indígenas. Y en el Tiempo se educaron también las vocaciones de muchos defensores de los derechos humanos que hoy honran a la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, y la ponen en la vanguardia de esa noble labor, tan especialmente odiada por el poder.

En un medio como el sancristobalense, donde la cultura política dominante era casi colonial todavía en la década de los setenta, los espacios ciudadanos se formaron, contra viento y marea, con frecuencia en torno a la iglesia católica. Una iglesia que, a diferencia de lo que sucedía en casi todo el país, abrigaba una vocación igualitaria, progresista y digna. Su compromiso era, ya entonces, con los pobres.

El ambiente era hostil, pero la sociedad civil también resistía, se involucraba con las realidades sociales del Chiapas indio, se preparaba para la gran lección que, pasado el tiempo, impartirían los chiapanecos al mundo.

Cuando los zapatistas dirigieron su interlocución hacia el Tiempo, simplemente hacían lo que, durante años, habían hecho las organizaciones indígenas y campesinas independientes de la región, y muchos indígenas individuales en problemas.
Todos los movimientos locales sabían que contaban con el Tiempo: los perseguidos en Carranza, los expulsados de Chamula y Chenalhó, los colonizadores tzeltales de la Selva Lacandona, las marchas de choleros en Palenque y Tila, la resistencia en Simojovel y Chilón, etc.

La triste tradición de presos políticos chiapanecos, de torturados y asesinados indígenas, siempre encontró un dique en el Tiempo, recipiente de la tradición feliz y digna de la denuncia y la resistencia.

Ese no dejarse que ha sido la gran lección de los mayas chiapanecos, en el Tiempo ha tenido siempre un aliado y un espejo: el periódico que no se deja.

Por esas sincronías extremas de la historia, la convergencia del alzamiento zapatista con tantos movimientos sociales y personas de México y otros países encontró en el Tiempo uno de sus nudos primordiales, y pocos meses después, el discreto impulsor del Tiempo de San Cristóbal, Amado Avendaño, abogado de profesión y periodista de oficio, resultó el primer gobernador en rebeldía del México moderno (y hasta ahora, todavía el único). Eso le pasó por estar en el lugar preciso, en el momento preciso, y haberse comportado a la altura de las circunstancias.

No todo fue miel sobre hojuelas. Ese gobierno fue combatido, golpeado, y sufrió un desgaste al paso del tiempo. Quedó como experiencia fundacional, algo más que un símbolo de que sí se puede. La persona de Amado Avendaño fue un receptor eléctrico de aquella energía, y casi perece en el intento.

Pero cuántas veces lo pequeño y frágil resiste mejor que las cosas grandes y poderosas.

Las crisis alcanzaron al Tiempo y lo retiraron de la circulación un tiempo. Pero con gente como ésta, nada hay que los abata. En una reecarnación más de los afanes de Concepción Villafuerte, su directora, el semanario Tiempo confirma que todavía tenemos Tiempo para rato.

Los corresponsales más destacados de las agencias internacionales y los diarios principales de Europa, Norte y Sudamérica, lo mismo que alternativos y amateurs, encontraron desde 1994 las puertas abiertas del Tiempo, y todos aquellos corresponsales de guerra, entrevistadores de primer nivel, reporteros estrella que creían sáberselas todas, encontraron en la casa Avendaño-Villafuerte que todavía les faltaban cosas por aprender.
El compromiso con la verdad no se opone al compromiso social. El rigor no impide la pasión. La independencia debe usarse. El Tiempo de San Cristóbal, y la experiencia política y social que lo rodea, expresan con nitidez un tipo de periodismo que se esfuerza en ser objetivo, pero se atreve a ser parcial (como todos, sólo que sin subterfugios), se inclina por la justicia y por los que necesitan espacios para hacer escuchar su verdad.

El periodismo como servicio y como resistencia. Como lucha. Como escuela. Como regalo de humanidad. Por eso no tenemos más remedio que dar las gracias a Conchita y Amado, por resistir los embates del tiempo sin soltar el timón de su Tiempo ejemplar.

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