LOS COLUMNISTAS Y EL PODER
¿LIBERTAD O SOMETIMIENTO?
LOS COLUMNISTAS Y EL PODER
Luís Velázquez
LOS COLUMNISTAS Y EL PODER
Luís Velázquez
“Los columnistas y el poder”, es un artículo publicado en la Revista Mexicana de la Comunicación (RMC) en la edición bimestral número 62, de marzo- abril 2000. Paginas 40-44.
Gracias a la autorización de mi buen amigo, Omar Raúl Martínez, director de la RMC este artículo se sube al blog para que sea tomada de la mejor forma y que contribuya a un mejor escenario de los medios y el periodismo en Chiapas.
En teoría, la columna periodística pertenece al género de opinión. El quehacer cotidiano del columnista es sencillo: informa pero, sobre todo, disecciona, escudriña y cuestiona los sucesos sociopolíticos.
El columnista es una especie de brújula que en medio de la vorágine informativa analiza la complejidad de los hechos y explica, o trata de explicar, su trascendencia.
A primera vista, es un reportero experimentado que, obsesionado con la verdad –simple y llanamente con la verdad, poseedor de información exclusiva, imparcial– manifiesta su opinión, y su autoridad moral es absoluta.
El dueño del medio le confía una columna porque, desde luego, la ha ganado a pulso.
En teoría, el diarismo y la columna se enriquecen y complementan.
El reportero informa de los hechos y el columnista orienta y reorienta a los lectores.
El diarista informa, sin opinar, y la fuerza del columnista estriba en la profundidad de su análisis, en la claridad de sus ideas, en el dato privilegiado que, como oro molido, expone en el texto.
El trabajo reporteril se da en la calle, en la gira política, en la rueda de prensa, en la ceremonia pública.
Por lo general, el columnista reportea fuentes confidenciales, logradas en los meses y años de faena periodística.
En teoría...
Pero en la práctica otra es la realidad.
Los columnistas son una auténtica parcela de poder. Un periódico dentro de otro periódico. Una poderosa fuerza interna dentro de otra.
Salvo excepciones, en vez de informar, en el mejor de los casos, publican versiones unilaterales, sin confirmar o cotejar la información.
En el peor de los escenarios, manipulan, tergiversan datos, publican medias verdades y medias mentiras, destruyen y construyen honras y sueltan rumores, de tal manera que hasta se les califica de francotiradores de la prensa.
Así, dueños de un poder inverosímil, los columnistas, o sus jefes o patrones, son tentados por los hombres del poder, y la columna pasa del reino de la verdad al mundo de la falacia y el sofisma.
La mayoría de los columnistas –dijo Manú Dornbierer al cumplir 25 años de ejercer el periodismo político– escribe para los funcionarios y los políticos. Y es que, explica, los grandes diarios están totalmente sometidos al gobierno.
De ese modo, la columna política ha terminado, con excepciones, como un ejercicio de poder y corrupción, muchas veces utilizada por los grupos políticos del momento.
El ejemplo más claro está en el control que ejerce la Presidencia de la República sobre los columnistas a través de la oficina de Comunicación Social.
En los años cumbre de la hegemonía priísta en México, desde Los Pinos, el aparato gubernamental llegó a tener bajo su férula a una veintena de columnistas, a quienes filtraban información, rumores, díceres y versiones, de tal manera que al otro día todos hablaban de los mismos temas, datos, tips, culpables y halagos.
En aquellos años dorados se afirmaba que el jefe de prensa era recíproco de la siguiente manera:
1) Según fuera el medio y el columnista, les otorgaban un embute mensual directo de la fuente presidencial.
2) El mismo jefe de prensa establecía otra cuota a las Secretarías de Estado y la recogía mensualmente para, a su vez, él mismo entregar el embute en paquete a los columnistas.
3) Los embutes eran entregados sin recibo para borrar cualquier huella.
El columnista, así, pasó a convertirse en calumnista, pues cuando se trataba de evidenciar a un enemigo del gobernante o del grupo político en turno, en rara y extraña coincidencia todos quemaban a la víctima el mismo día en la hoguera pública.
Así, el periodismo político se abarató.
En la Ciudad de México, por ejemplo, hacia finales de 1998, 19 periódicos diarios, entre matutinos y vespertinos, publicaban un total de 50 columnas.
Mientras, en el estado de Veracruz, en nueve diarios aparecían 78 columnas.
Imposible que todas, en primer lugar, pudieran tener lectores: son demasiadas para un país con un bajo índice de lectura y recursos limitados para comprar periódicos.
Difícil pensar que gozaran de un liderazgo moral a prueba de bomba: ¿178 columnistas honestos?
Inverosímil creer que todos manejaran datos exclusivos, y menos aceptar que fueran creíbles y trascendieran en la vida cotidiana.
Cada columnista se proclama dueño absoluto de la verdad y la honestidad.
Incorruptibles, se dicen todos.
Pero basta un mínimo análisis de contenido durante una semana candente en la vida política, social y económica del país para detectar el manipuleo que ejercen, desde alguna zona oscura del poder y del gobierno, los políticos sobre la prensa.
En ninguna otra sección de un periódico se advierte el maridaje entre la prensa y el poder como en las columnas.
Los políticos disputan el filtro de los columnistas. Desde la letra de molde, un francotirador lanza el rumor, el dícere, el cotilleo. Una mentira se presenta como verdad. Una versión sin fundamento se convierte en exclusiva.
Una confidencia se acredita como hecho infalible. Y a cambio, el columnista es premiado con los privilegios emanados del poder público.
Esencia de la columna
Un columnista documenta, guía, orienta, explica y desentraña la complejidad de la vida política, social y económica del país. Ayuda a entender lo que está pasando. Descubre el trasfondo de las cosas y los hechos.
Hace más útil la vida cívica. Frena los abusos del poderoso en turno. Enaltece los altos valores del espíritu. Sirve de puente de transición a la democracia.
Pero, se pregunta Ciro Gómez Leyva, ¿dónde están los analistas que trabajan con independencia, información y un sentido de orientación?
¿En dónde?
¿Dónde están en el D.F. los Ricardo Flores Magón y los Francisco Zarco de fin de siglo?
¿Dónde están, en provincia, los Julio Scherer, los Manuel Buendía, los Carlos Ramírez?
Tenemos –dice Gómez Leyva– una terrible ineptitud para contextualizar y un pobre conocimiento de la historia.
Sucumbimos enseguida ante la tentación de exagerar un acontecimiento porque le queremos ganar al otro periódico o revista.
Y de esa manera, detectamos la desesperación, un poco enfermiza, por ver quién puede generar mayor escándalo, mayor amarillismo. (La Jornada, 4 de junio de 1998).
¿Cuál sería, entonces, la definición de una columna?
¿Cómo se integra una estructura técnica, básica y mínima, de una columna?
¿En qué parte entra la información y el punto de vista y en dónde se acomoda la ética?
Los clásicos de la academia aseguran que una columna sigue las formas del discurso, a saber:
a) Narrativa
b) Descriptiva
c) Argumentativa
Así, cada una tiene características propias.
Una columna de las páginas de sociales, por ejemplo, será narrativa porque relata y cuenta el escenario en que se desarrolla el hecho.
Pero, de igual manera, también será descriptiva porque describe a los personajes noticiosos girando alrededor del glamur.
La vida bonita, la parte amable, divertida, ligera, chic, de la noticia, se concentra en la sección de sociales, desde una boda y unos XV años hasta el divorcio más escandaloso de la pareja real.
Una columna de sociales responderá a esta expectativa.
Allí, en sus páginas jamás un personaje será cuestionado por sus ideas, sino, acaso, por el vestido y el maquillaje que llevaba la noche del estreno de una película de una exposición pictórica.
En la columna de sociales, más que las ideas, importan, entonces, las personas.
Como es tradicional, se exalta el esplendor con que se vive, los viajes por el mundo, las fiestas grandiosas, las recepciones privadas.
Un texto narrativo y descriptivo de principio a fin.
En una columna argumentativa predominaría el manejo de las ideas, expuestas con motivos a favor y en contra de la idea básica que se analiza y cuestiona.
Entraríamos allí al terreno del periodismo político, en donde como regla general se aborda un hecho, o más, se escudriña y disecciona, y al valorarse se emite un juicio de valor, nuevos enfoques, puntos de vista que enriquezcan la vida misma.
En un ejemplo concreto y específico se incluiría la columna de los politólogos Lorenzo Meyer y Jorge G. Castañeda, en Reforma, en que las ideas, vistas a la luz de la historia pasada y presente, constituyen el eje rector.
Miguel Ángel Granados Chapa sostiene un discurso argumentativo en su columna, en donde las ideas se multiplican con hechos sociales, políticos y económicos.
Pero más aún, en su columna diaria de nombre Plaza Pública, Granados Chapa suele introducir un subtítulo, en donde resume hechos importantes, tips, guiños y señales a los lectores sobre un dato específico, siempre, invariablemente, de carácter político.
Es el mismo fenómeno que incide con Raymundo Riva Palacio, en donde a partir de hechos públicos y secretos, reporteados en exclusiva por el autor, se abona la exposición de ideas políticas.
En Indicador Político, de Carlos Ramírez (primero publicada en El Financiero, y después en El Universal), su andamiaje está en varios elementos:
a) La información exclusiva que posee
b) La capacidad para interrelacionar hechos
c) El contexto ideológico de la columna en sí misma.
No obstante la clasificación anterior, en su esencia pura, las columnas periodísticas son: informativas y opinativas.
Las dos, por supuesto, analíticas críticas. La columna pertenece al género interpretativo, en donde el reportero cumple a plenitud las dos vertientes del periodismo: informa, pero al mismo tiempo, opina, emite un juicio.
El columnista ideal
Si la columna es un género interpretativo, entonces, la esencia de un columnista, su razón de ser, su mayor atributo está en la duda.
Dudar, cuestionar, debatir, todo.
El sentido crítico forma parte consustancial de su trabajo.
Inundarse de malicia a la hora de la reflexión. Ponderar, balancear, equilibrar las partes en un hecho para dislucidar lo más sensato. Abrirse a todas las corrientes de opinión, porque así el texto estará más documentado. Relacionar el pasado con el presente para explicar los sucesos de hoy. Despojar de las pasiones humanas para tratar de ser lo más justo posible. Ser puntillosos y honesto para mantener el interés del lector.
Jamás tomar partido por un partido o por un grupo, sino al contrario, por una causa común. Ejercer y permitir el derecho de réplica, porque de este modo, se escucha la voz de otro, pero al mismo tiempo, se abre una tribuna pública. Nunca ceder a las tentaciones del poder que en un columnista (un periódico dentro de otro periódico, un poder dentro de otro) son intensas, frenéticas, avasallantes. Mantener siempre en la balanza lo más importante, que son los valores cívicos con que gobierna un político, y saber que por encima del hombre público está la Constitución General de la República.
Ser humilde y no autocomplaciente. Sencillo y no protagónico ni absolutista. Autocrítico y no autosuficiente.
Un columnista posee el don de la palabra.
Y su palabra debe estar al servicio de las grandes mayorías silenciosas de una nación: indígenas, campesinos, obreros, amas de casa, profesionales, estudiantes, clase media y clase baja, necesitan un espacio donde expresarse, que por regla general se les niega en la prensa escrita y hablada.
Así, el columnista tiene un deber moral, personal, incluso, con los hombres y mujeres sin voz.
Todos los días, en alguna parte del mundo, los gobernantes cometen atropellos en contra de la dignidad humana.
Siempre se espera la existencia de un columnista que denuncie, como afirma Raymundo Riva Palacio,
las incompetencias, los malos manejos, la corrupción y la falta de transparencia y de responsabilidad en todas las áreas del gobierno y en sus acciones. (El Financiero, 12 de octubre de 1998).
En un país, donde los Poderes Legislativo y Judicial han estado subordinados al Poder Ejecutivo Federal, el único freno es una prensa libre y autónoma. Desde esa perspectiva, el columnista es un factor clave, porque mientras el diarista únicamente se concreta a informar del hecho, el columnista emite un punto de vista, expresa un juicio categórico, forma opinión y puede bloquear el mal gobierno.
Una denuncia a tiempo en la prensa constituye una garantía para reorientar el ejercicio gubernamental.
Y un silencio es complicidad.
Su fisonomía
Por su naturaleza, la columna siempre aparece en una página fija del rotativo, porque el lector se acostumbra no tan sólo a buscarla en el mismo espacio, sino además tiene periodicidad.
Tal periodicidad es variable: existen columnas diarias, terciarias y semanarias y son escritas por reporteros y gente especializada en una materia.
La columna también se identifica porque suele tener un nombre que nunca varía.
Así, por ejemplo, algunas son: Plaza Pública, de Miguel Ángel Granados Chapa, en Reforma; Indicador Político, de Carlos Ramírez, en El Universal; Astillero, de Julio Hernández, en La Jornada; Pulso Político, de Francisco Cárdenas Cruz, en El Universal; Agenda Ciudadana, de Lorenzo Meyer, en Reforma.
En algunos casos, el columnista desarrolla un solo tema, el tema del día, en que trata de profundizar, incluyendo los diferentes ángulos y perspectivas de un hecho, como son los políticos, económicos y sociales.
En otro más, el columnista aborda dos o más temas y los va exponiendo, con sus ventajas y desventajas, según la importancia universal.
En unos, el tema se concentra en el análisis, más que de un hecho en sí, del personaje del momento, alrededor de quien se dan las decisiones estelares.
En otros, la mayoría, el columnista expone un tema central, casi siempre el tema del día o de la semana, para rematar con un subtítulo en que condesa una serie de tips informativos sobre personajes del momento.
Pero en cualquier caso, predominará un eje rector: la profundidad con que el tema sea abordado.
En su estructura técnica, una columna consta de tres partes:
a) La entrada, en que el tema se presenta
b) El cuerpo, en que el hecho se valora, con los pros y contras
c) Las conclusiones, en que se remata con un comentario, que por lo regular es un punto de vista personal.
Es en el cuerpo de la columna, a manera de la pirámide invertida de la nota, en donde el reportero desarrolla su capacidad, información documentada y talento para analizar los hechos.
Pero el éxito de una columna está en dos vertientes:
1) La información de primera mano que tiene
2)su sentido crítico para entender los hechos y mirar en el futuro inmediato las repercusiones que vendrán.
Un columnista, entonces, sabrá leer desde el punto de vista social, económico y político el significado de los hechos y encontrar en medio del doble lenguaje, de las mentiras y verdades a medias, lo que en realidad son y significan.
10 estilos de vida
En la columna, como género interpretativo, el reportero goza de una amplia, absoluta libertad, para dar forma y contenido al texto narrativo. El editorial, punto de vista de la empresa periodística, está sujeto a una especie de solemnidad, tanto en el contenido como en la estructura literaria. El artículo de fondo es menos riguroso e informal que el editorial, pero el autor está obligado a sentar una tesis, y fundamentarla. El ensayo se ubica en medio de los dos y se clasifican en dos grandes ramas: a) el doctoral, para revistas especializadas, con un rigor crítico y de investigación de primer nivel y que, por lo regular, trata asuntos mediatos; b) el periodístico, que también demanda rigor, pero su contenido temático gira alrededor de los hechos inmediatos. Se nutre del hoy.
La columna es menos informal en su estructura. El reportero puede imprimir la forma y las carcterísticas que desee, lo que definirá el estilo personal de escribir y ejercer el periodismo. Ante todo, cada día que publique lanzará su espada en prenda para ganar o perder lectores.
El periódico avalará su texto y lo dará a conocer en primera plana o en páginas interiores. Pero su credibilidad, que es el atributo más preciado, depende del trabajo de todos los días, más aún si se recuerda que el prestigio periodístico se gana en muchos años, pero se puede perder en un día con datos falsos o manipulados con una interpretación equivocada, un halago fatuo al poderoso, una mentira publicada como verdad, la defensa de una causa absurda o de un personaje cuestionado.
Aún cuando esté respaldado por la firma editorial, el columnista –un reportero con experiencia– enriquece la nómina de empleados, goza de autoridad moral y prestigia al medio, pero también puede llegar a desacreditar el periódico donde escribe.
Autoridad moral
La columna periodística está clasificada, pues, como el más libre de los géneros interpretativos:
a) es el punto de vista de un reportero, que se prestigia y desprestigia con el contenido del texto; b) el columnista define el contenido, sujeto, claro, a su criterio y a la política editorial; c) él mismo determina la forma literaria en que da a conocer los hechos de interés público; d) nadie fiscaliza su trabajo reporteril: todo está sujeto a su capacidad, agudeza y relaciones; e) nadie le impone una hora de entrada al periódico, como a los diaristas: él acuerda los tiempos de entrega con el jefe inmediato para establecer una disciplina; f) pero en donde el autor ejerce la libertad plena es en la forma y el contenido.
En su libro clásico Periodismo de opinión y discurso, Susana González Reyna resume tres ejes:
1) La columna en que la dosis de información y comentarios se equilibran; 2) La columna donde predomina el análisis y el juicio categórico por encima de la información; 3) La columna con pura información.
¿Cuál de las tres opciones conviene más? ¿Cuál es la mejor y por qué? ¿De qué modo el lector puede normar un criterio justo que le sea útil en su vida? Un lector requiere informarse de lo que pasa en el mundo y en su país, en el estado y en la ciudad donde vive. Pero también necesita orientar y reorientar su criterio a la luz de espacios periodísticos documentados, sensibles y analíticos para: 1) entender la complejidad de los hechos; 2) saber los móviles de las acciones públicas; 3) conocer el destino que nos aguarda como gobernados; 4) interpretar el ejercicio del poder; 5) advertir, con la agudeza del columnista, el significado real, inexplorado, desconocido, poco conocido, de los hechos; o sea: aprender a mirar y a desarrollar el sentido crítico; ver más allá de la superficie; 6) ejercitar como ciudadanos los más altos valores cívicos.
En una columna el reportero asumirá dos actitudes centrales:
a) Está obligado a proporcionar información nueva, diferente a lo publicado. Un lector quiere información pero, sobre todo, información exclusiva. Poco conocida. Si en una nota del día la parte cumbre está en el dato novedoso, en una columna, mucho más. De lo contrario, se manejan refritos, y con refritos nadie se prestigia: ni el reportero, menos el periódico.
b) Con la información nueva y fresca que reportea en sus fuentes y, con la ya publicada, el columnista analizará los hechos, buscando en todos los casos su trascendencia ¿Qué significa el hecho ocurrido? ¿Qué repercusiones políticas, sociales y económicas tendrá en la vida de la nación, del estado, de los ciudadanos? ¿Qué ilícitos se han cometido en el ejercicio de poder y cuáles serán los daños a la sociedad? ¿Qué futuro inmediato espera a los ciudadanos con la política sexenal y el grupo gobernante en el poder? ¿Qué esperanzas objetivas y palpables, qué beneficios tendremos todos, con la división de poderes en un sistema democrático y plural? ¿Qué caso tiene la lucha social con un gobernante autocrático? Un columnista ayuda al lector a mirar la vida para entender lo que está pasando y asumir una actitud, una postura, un juicio.
Un columnista que únicamente maneja información, sin comprometerse, sin tomar partido, elude la sustancia básica del periodismo y niega la esencia de su trabajo. El columnismo exige, ante todo, seriedad, y esto significa, primero, reportear, con la misma intensidad de un diarista, y segundo, mezclar información y comentario. Así, a partir de la información abundante, detallada, exhaustiva, podrá construir la reflexión. Pero más aún: comprometerse con un punto de vista, una causa social, una forma de vida, una pasión colectiva. El columnista puede, y debe, reconocer los aciertos de los hombres públicos, pero también cuestionar al gobernante y a los partidos, a los individuos y a los grupos sociales, siempre y cuando posea autoridad moral. Don Manuel Buendía lo afirmaba así: nunca publiques nada que no puedas sostener cara a cara, frente a frente. Y es que en periodismo, como en política, la honestidad es un capital invaluable.
Entre más congruente sea la vida pública con la vida privada, en tanto los principios gobiernen las decisiones humanas, en la medida que el reportero viva de su legítimo ingreso como periodista, más peso tendrá la fuerza de su palabra. De nada servirá que el diarista y el columnista publiquen una denuncia contra el gobernante deshonesto si el reportero mantiene una vida dudosa y cuestionada.
Ninguna razón moral asistirá al columnista que utiliza el oficio para construir un destino personal, más allá de la medianía que proporciona el ingreso en el periódico.
Si el diarismo ofrece tentaciones, la columna política multiplica las ofertas: es honesto o se corrompe quien así lo desea.
De un político, los reporteros exigen rectitud y claridad en sus actos y hechos. Pero de un periodista, los lectores también esperan lo mismo.
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