¿Dónde queda Chiapas?
Salvo éste que no habla del periodismo, seleccioné algunos otros artículos de Castillejos que dan un esbozo de su visión sobre la comunicación, el periodismo y los medios, que más adelante seguiré compartiendo con ustedes.
Por. JOSÉ LUIS CASTILLEJOS
Anita Lomelí, una lectora mexicana, lanza una pregunta con muchas aristas y pocas respuestas. Ensayaré algunas de éstas últimas: fácil sería decirle que se encuentra al sureste de la República Mexicana y que colinda con los estados de Oaxaca, Veracruz y Tabasco; al sur con Guatemala y con el Océano Pacífico.
Pero no, ella quiere bucear a fondo, sondear dónde queda Chiapas política, social, política, culturalmente y, no es tan fácil la respuesta.
Desea saber también los motivos del conflicto armado, o mejor dicho de la “guerra de papel” y porqué el Ejercito Mexicano no acaba de una vez con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) a los que ella califica de “bandoleros”.
Chiapas es un Estado de paradojas: tiene petróleo, mar, potencial agrícola, riqueza cultural, pero en contraparte es uno de las entidades mexicanas más pobres, junto con Guerrero y Oaxaca, donde según estudios, en algunos puntos la miseria es similar a la del África subsahariana
Fue Chiapas la que lanzó el grito de alerta en 1994 cuando México iba a ingresar al primer mundo, vía Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, pero con los pies de barro. Junto con sus otros dos hermanos pobres, Oaxaca y Guerrero, Chiapas aporta parte de los siete millones de pobres que hay en esas entidades donde viven un total de 28 millones de personas.
En las comunidades campesinas e indígenas el horno no está para bollos. La gente acusa un agotamiento por causa de las promesas incumplidas: hace falta una serie de servicios y beneficios sociales; continúa en algunas fincas cafetaleras del Soconusco la ley de la “horca y el cuchillo”, en versión moderna. Los jornaleros mueren de a poquitos, víctimas de la pobreza, la hambruna y deambulan entre los cafetales, más miserables que pobres.
He recorrido algunas fincas cafetaleras, cercanas a la frontera con Guatemala y el panorama es desastroso: los niños lucen famélicos, los hombres y las mujeres son explotados; viven con raciones de frijol, masa de maíz y tortillas y duermen en barracas, con pisos de madera, plagados de piojos y chinches.
Contrasta la situación de estos jornaleros, un 95 por ciento guatemaltecos que cortan el café de las más de 20 mil hectáreas de la zona Soconusca, con la opulencia de los finqueros quienes llegan hasta sus fincas en camionetas todo terreno, botas vaqueras, sombreros blancos, muy orondos, oliendo a lavanda y alejados de la miseria de sus empleados.
Para intentar olvidar el olvido, los jornaleros consumen cantidades industriales de alcohol y quedan tirados en las veredas.
Y las autoridades del Trabajo, del Seguro Social, los organismos defensores de los derechos humanos, los organismos no gubernamentales, los periodistas que deben denunciar los hechos?. Bien gracias.
Esa es la realidad que de repente quería saber Anita Lomelí, lectora de Columnasur. Eso es apenas un ejemplo de lo que acontece en la olvidada Chiapas donde el rico es cada vez más rico y el miserable, un olvidado de Dios y de las circunstancias.
Pero México reclama un trato digno para los jornaleros mexicanos en Estados Unidos y olvida a los del sur, a los que llegan de Guatemala al levantamiento del café y a la zafra cañera.
Sin que se justifique la violencia, esos son apenas unos ejemplos que han motivado que los indígenas del norte chiapaneco lanzaran su voz de protesta y, quizás, amenazar con enfrentarse con el Estado les dio un relativo éxito porque concitó la atención de la prensa nacional e internacional quienes convirtieron el alzamiento en una “guerra de papel”.
Y si volteamos la mirada al Pacífico veremos que los pescadores también están miserables, sobreviven con baja asistencia social, sin equipos de pesca, en casas de palma, víctimas de todo: del alcohol y de los narcos que utilizan la costa para sus desembarcos de droga.
Y es en Chiapas donde el gobierno del presidente Vicente Fox ha focalizado esfuerzos para superar los índices de pobreza, ahí 553 mil 719 familias ya son beneficiarias del programa Oportunidades, que intenta rescatarlos de la miseria, pero el trabajo es todavía insuficiente.
La desigualdad es tal en la parte sur que contrasta con el resto del país, donde se aprecia el desarrollo, viaductos, terminales aéreas, escuelas, desarrollo del Internet, bondades en el rubro de salud, entre otros.
El conflicto armado en Chiapas se empantanó debido a que se desconocieron los acuerdos de San Andrés Larráinzar, mientras potentados finqueros crearon grupos de paramilitares y han lanzado una agresión sistemática contra las comunidades indígenas.
La impunidad campea mientras los indígenas y campesinos se quejan del terror que hay en Chiapas y en las ciudades fronterizas la delincuencia crece a diario por causa de las incontenibles hordas delincuenciales llamadas “Maras Salvatruchas” que desafían abiertamente a las autoridades.
Por eso es que la voz del “subcomandante” Marcos tuvo eco al clavar su bandera en el corazón de Chiapas en signo de protesta. Desafía al sistema con coraje, a través de su discurso militar y, con alegría, a través de su poesía.
Y no podía ser de otra forma, Chiapas a pesar de la dictadura invisible de la pobreza también canta en forma de marimba, en la poesía de su gente, y en el ruido incesante de sus machetes, tumbando montes y sembrando milpas.
Chiapas no quiere caridad sino respeto; no desea que el Gobierno sea la Madre Teresa de Calcuta, sino que le den oportunidades para crecer y desarrollarse. Tampoco desean que haya piratas saqueando el erario estatal o alcaldes, diputados o senadores engañando a la gente a quienes sólo acuden en época electoral.
Por eso cuando Anita Lomelí pregunta ¿Dónde queda Chiapas?, las respuestas son interminables. Chiapas queda en la conciencia nacional, es el punto pendiente de la agenda política. Navega en un mar de incertidumbre.
Basta con mirar las veredas, rumbo a San Cristóbal de las Casas o los caminos hacia los cafetales del Soconusco para entender lo que es Chiapas. Ahí se ven discurrir campesinos quienes como pequeñas hormigas sacan la producción de café en hombros; se alimentan de chayotes, tortillas y sólo son fotografiados por turistas, que no entienden el fondo del problema.
Viven flacos, descalzos, sin proyectos de vida; chapotean en el lodo de la miseria, por eso cuando preguntan ¿Dónde queda Chiapas? la respuesta es más que difícil. Queda lejos de todo, de Estados Unidos, del centro de la capital, de las políticas sociales, de la querencia política. Lejos de Dios.
Por eso es que todavía sigue presente la imagen del hombre del pasamontañas con la canana cruzada, el arma en ristre y el machete pendiendo en el lado derecho de la cintura.
A muchos chiapanecos les han arrancado, con el olvido, parte de su historia, les han prohibido expresarse y no les ha quedado otra que refugiarse en el reclamo constante pues todavía no alcanzan a comprender que siendo ellos descendientes de la civilización Maya, los dueños eternos de esa tierra, tengan que mendigar un pedazo de pan y oportunidad.
Nadie podrá “exorcizarlos”, quitarles el demonio de la inconformidad porque nacieron libres como la lluvia, el canto y el viento.
Ahí es donde queda Chiapas!.
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